DELMIRA AGUSTINI Y LA FURIA PATRIARCAL
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Hace más de un siglo la poeta uruguaya fue asesinada por su ex marido. Una historia que se sigue repitiendo. En este día tan nuestro, queremos recordar a esta mujer que en su breve existencia dejó huellas muchísimo más vinculadas a lo vital, tan desdibujado por su muerte.
Por Liliana Majic //
Hace más de un siglo, en julio de 1914, Delmira Agustini fue asesinada por su ex marido. Enrique Job Reyes la mató de un tiro y se suicidó. A pesar de su juventud, ella y su poesía ocuparon un espacio que no pasó desapercibido en los círculos culturales. Su muerte fue impactante. Una historia que se repite. Se repite. Tanto, hasta que con el tiempo una nueva palabra nombra este horror: femicidio. En estos días de movilizaciones y reclamos, cabe preguntarse qué aspectos o rasgos de lo femenino desatan las furias patriarcales que insisten con la muerte. Qué parte es la que no pueden tolerar los machos que, desde épocas ancestrales, queman, violan, matan con la misma impunidad que los seis varones de Palermo, en pleno siglo XXI, a la luz del día y a la vista de toda una ciudad.
Qué nos pasa a las mujeres que tantas veces no podemos pedir ayuda a tiempo, por qué no alcanzamos a tejer redes solidarias mucho más allá de las políticas estatales y reclamos. Adonde está esa delgada línea entre lo íntimo y lo público, insalvable frente a la violencia machista, mientras en redes y medios el egocentrismo inunda y contamina la experiencia colectiva con experiencias individuales (comer, viajar, etc) que no le importan a nadie. Se crea la ilusión de una comunidad que en realidad está en otro lado, el de los pocos.
Delmira nació y murió en Montevideo, Uruguay. Además de mujer, fue poeta representante del modernismo, admiradora y amiga de Rubén Darío. Toda una adelantada en su contexto por incursionar en el erotismo: “Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente; / hablaba el impreciso lenguaje del torrente; / era un mar desbordado de locura y de fuego, / rodando por la vida como un eterno riego”. Desde los dieciséis años escribió en medios y publicó su primer poemario a los veintiuno. Siempre acompañada por su madre, una señora conservadora de clase alta, Delmira la “obediente” tenía otro costado marcado por la osadía: “Si con angustia yo compré esta dicha, / ¡bendito el llanto que manchó mis ojos! / ¡Todas las llagas del pasado ríen / al sol naciente por sus labios rojos! / ¡Ah! Tú sabrás mi amor; más vamos lejos, / a través de la noche florecida; / acá lo humano asusta, acá se oye, / se ve, se siente sin cesar la vida. / Vamos más lejos en la noche, vamos / donde ni un eco repercuta en mí, / como una flor nocturna allá en la sombra / me abriré dulcemente para ti”.
A Reyes no le alcanzó un tiro. Fueron dos directo al cráneo de Delmira, que se casó y volvió a casa de sus padres en menos de dos meses. Él la citó en su habitación de hotel el día después del fallo judicial que disolvió el matrimonio. Tremenda palabra “disolver”, suficiente para matar y matarse. Los diarios de la época hablaron de amor trágico, de crimen pasional. Historia que insiste sostenidamente con nuevos titulares y eufemismos. Es inevitable preguntar qué parte del ser mujer no tiene permitida la autónomía, ser territorio libre, propiedad de nadie. Porqué la vida en juego, la vida como costo, la muerte como sumisión posible. Alfonsina Storni, experta en resistencias, le escribió: “Estás muerta y tu cuerpo, bajo uruguayo manto, / descansa de su fuego, se limpia de su llama. / Sólo desde tus libros tu roja lengua llama / como cuando vivías, al amor y al encanto”.
Las que estamos vivas reivindicamos la vida y queremos estar de ese lado. Tal vez la no sanción, la justicia patriarcal no llega a castigar lo suficiente como para que deje de morir una mujer cada treinta horas. Hasta el momento no alcanzan los escasos recursos disponibles, o tampoco construimos un consenso para protegernos. Por eso estamos recordando. Por eso resisten los poemas de Delmira. Y seguiremos resistiendo, reflexionando y trabajando hasta que todo esto cambie alguna vez.
Boca a boca
Copa de vino donde quiero y sueño
beber la muerte con fruición sombría,
surco de fuego donde logra Ensueño
fuertes semillas de melancolía.
Boca que besas a distancia y llamas
en silencio, pastilla de locura,
color de sed y húmeda de llamas…
¡Verja de abismos es tu dentadura!
Sexo de un alma triste de gloriosa;
el placer unges de dolor; tu beso,
puñal de fuego en vaina de embeleso,
me come en sueños como un cáncer rosa…
Joya de sangre y luna, vaso pleno
de rosas de silencio y de armonía,
nectario de su miel y su veneno,
vampiro vuelto mariposa al día.
Tijera ardiente de glaciales lirios,
panal de besos, ánfora viviente
donde brindan delicias y delirios
fresas de aurora en vino de poniente…
Estuche de encendidos terciopelos
en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.
Pico rojo del buitre del deseo
que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.
Inaccesible… Si otra vez mi vida
cruzas, dando a la tierra removida
siembra de oro tu verbo fecundo,
tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!
Explosión
¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento…
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!
Hoy partió hacia la noche, triste, fría…
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe…
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!
Bio: Delmira Agustini (Montevideo, 1886 – 1914). Poeta uruguaya, adscrita al modernismo, colaboró con su obra la visibilidad de la poesía femenina del siglo XX en sudamerica. Formó parte de la llamada «generación de 1900», a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darío, al que consideró su maestro, y con el que mantuvo correspondencia tras conocerlo en 1912. En 1907 editó su primer poemario, El libro blanco, al que siguieron Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913). Póstumamente, en 1924, salieron a la luz las Obras completas (tomo 1, El rosario de Eros; tomo 2, Los astros del abismo), con un prólogo de Alberto Zum Felde, y en 1969 su Correspondencia íntima.