15 de febrero… ¿Y ahora qué?

Cuando baja la secreción neuro-hormonal del enamoramiento, nos encontramos con la incertidumbre de nuestras emociones.
La responsabilidad afectiva no debe imponernos un “felices para siempre”, sino invitarnos a comprender -¿que quiero para mí en este momento y en este vínculo?- Respetando nuestros sentimientos y los de las personas involucradas

Best Valentine's Day.

Best Valentine's Day.

Nos han educado con historias de amor romántico, cuyo final es “vivieron felices para siempre” luego de descubrir y evidenciar el enamoramiento de los protagonistas. 

Nuestra generación y las anteriores no han hablado del día después. Me refiero a qué pasa cuando ese enorme combo hormo- neuronal -que significa enamorarse-, comienza a disminuir.

El “quid de la cuestión“, el enamoramiento, es una emoción que producimos para asegurar nuestra supervivencia, y esas sensaciones que lo componen son sumamente subjetivas y, como dijimos, no depende de la otra persona sino de la percepción del vínculo y una gran cantidad de estímulos contextuales que lo acompañan.

Si bien podemos revelar que el enamoramiento es una combinación de hormonas y neurotransmisores específicos que se secretan en respuesta a la confluencia de ciertos estímulos que pueden ser inespecíficos y variados, en diversas situaciones, en el encuentro interpersonal; esto no nos libera de la responsabilidad de nuestros actos como producto de ello. 

Veamos, el amor es una emoción sumamente necesaria para nuestro funcionamiento, ya que las hormonas que secretamos -comenzando por la oxitocina- ayuda a regular nuestra homeostasis y sentirnos bien orgánicamente, al mismo tiempo que nos genera una estabilidad emocional regulando también  nuestros estados psíquicos, brindándonos así una sensación de bienestar generalizado. 

El “amor” como tal nos beneficia individualmente y asegura la continuidad de la especie, no solo para su procreación sino porque nuestro cerebro social requiere del vínculo con otras personas para subsistir. 

Sin embargo, a pesar de ser seres instintivo-emocionales, vivimos en sociedades sumamente complejas, con dispositivos socio-culturales que han modificado la manera de vincularnos. 

Los códigos relacionales de nuestra sociedad exigen una responsabilidad afectiva, esto significa una coherencia entre lo que sentimos y pensamos, junto por un equilibrio y respeto por lo que sienten y piensan las otras personas. Esto es, respeto mutuo en los vínculos socio-afectivos. 

Está responsabilidad, implica la necesidad de conocer y reconocer nuestras emociones,  aprender a comunicarlas.

La falta de claridad al comunicar los sentimientos genera situaciones de incertidumbre y confusión, así como ansiedad o angustia en quien se encuentre frente a esa persona. Esta consigna incluye cualquier formato vincular, en parejas, amistades, compañeros e intrafamiliares.

Esta responsabilidad, a diferencia de lo que se pueda creer, no se relaciona al “vivieron felices para siempre” como propuesta, sino al poder pensar, analizar, entender, qué es lo que quiero para mí en este momento, en este vínculo; y poder expresarlo de la manera más asertiva posible, teniendo en cuenta los sentimientos de las otras personas implicadas.

La educación emocional, que implica como dijimos la responsabilidad afectiva en cualquier relación social, es un recurso terapéutico, que en la actualidad se utiliza tanto para prevenir como para reparar-reconstruir-sanar vínculos.

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