¿Estamos en guerra contra el Covid-19?
Señalar un enemigo es demarcar un territorio, el propio y el ajeno. Si el Covid-19 es el agente externo a derrotar, establecemos una relación de batalla en una supuesta guerra. Allí, el virus es algo externo a nuestra propia estructura social, un agente del mal al que debemos disparar para derrotarlo, con armas sean éstas balas o jeringas.
Sin embargo, el virus no es un actor que estudie estrategias, que mida posibles pérdidas y ganancias, peor aún, no es algo que nos invade, es nuestro, somos nosotros evolucionando a distintas enfermedades, producto de una vida tan rica en químicos, como centros políticos tan irresponsables en la manipulación de sustancias a dominar.
Laboratorios privados y militares -desde diferentes obsesiones- mezclan y proyectan descubrimientos que legalicen su poder omnisciente. Frente a eso y desde hace siglos, tuvimos obstáculos que sortear y ganar nuestro derecho a la vida sobre el planeta: los virus y bacterias.
La Escuela de Estudios Críticos de Seguridad de Copenhague desarrolló a finales de los ‘90 el concepto de la “securitización”, que se refiere a la construcción de la seguridad a través del discurso público. Según los académicos como Ole Waever y Barry Buzan, nuestra interpretación de la realidad es la que define nuestra percepción sobre las amenazas y sobre aquello que debe ser protegido a toda costa, pero esta percepción puede ser influenciada por discursos públicos que deciden cuáles son los peligros, de manera tal de preparar a la sociedad para aceptar las políticas a implementarse para darle seguridad a lo que estaría amenazado
De lo que se trata es de aceptar como posible y admisible socialmente la implementación de medidas excepcionales, direccionadas al resguardo de un valor superior que es la vida. La condición es que el discurso de salvación sea introyectado por el colectivo social, es decir, la idea que hay un enemigo que acecha desde afuera, deberá neutralizar la reflexión cuestionadora sobre condiciones sociales, económicas y políticas imperantes.
La cruzada debe tener sentido épico y noble, se debe hablar de la salvación de una forma de vida, más que la vida misma. A esto se refiere la concepción del capitalismo, único estado aceptable de estructura social que permite la consecución de deseos que el propio sistema genera. El concepto de globalización incluye los peligros inminentes de cualquier lugar del planeta, si aparece algo que atenta contra el equilibrio de fuerzas que sostienen privilegios y logros tal y como están, será solo cuestión de tiempo que nos afecte.
La guerra contra el covid-19 es una partida de ajedrez contra uno mismo, el hombre juega con blancas y negras, mueve de ambos lados y jamás hará tablas. El virus no piensa cómo atacar ni estudia cómo nos defendemos, no tiene un proyecto de dominación que comulga con la ambición del poder. Sólo actúa como lo que es, un depredador del sistema inmunológico humano, nacido de las miles de combinaciones, algunas aleatorias y otras direccionadas, de la modernidad tecnológica.
Estábamos mal antes del ataque mortal de la pandemia y es una incertidumbre cómo estaremos cuando exista un después. Cambiar es la solución, pero es la cuestión a resolver, la normalidad ya no existe, sólo podemos construir una nueva. De lo contrario usaremos viejas respuestas a nuevos desafíos urgentes, como el quebranto de la economía, el desempleo, las deudas y el atraso en la educación. Todo bajo la amenaza de posibles nuevos peligros.
Cuando hayamos eliminado los efectos del virus y volvamos a sentir los síntomas de una antigua normalidad enferma, quién será entonces el enemigo a derrotar. El sistema político económico que nos domina vigila que sus valores no sean puestos en duda; no acepta peligros que distorsionen la relación de fuerzas establecidas. La constante construcción de enemigos es desgastante, es una dialéctica que circula de forma endémica en continuo movimiento, que no siempre es claro y asertivo, tiene flancos y fisuras, por donde un pensamiento social independiente se filtra casi a diario.
Por eso, nuestros médicos no están en ninguna trinchera y lo que sí necesitan es insumos. Los enfermos no son caídos en combate, son enfermos de aquello que nuestra propia existencia generó. La lógica bélica es una película sin final feliz. No habrá desfile victorioso, sólo trabajadores debilitados esperando un reconocimiento a su fuerza de trabajo puesta a curar lo que otros se empeñan en enfermar. Los líderes políticos ven tambalear lo que creían monolítico: el concepto de verdad establecida, de una sola manera de entender el desarrollo y el progreso. Es hora de ver el lado oscuro de la luna e iluminar el lado humano y solidario de la tierra.