El cansancio se acumula, el descanso no
Una tarde hace algunos años nos encontrábamos con mí equipo de trabajo contando el tiempo que faltaba por terminar el horario laboral o al menos la atención de pacientes para regresar a casa, y relatábamos el disfrute de cada una: preparar el mate y ver la tele, poner música y quitarse los zapatos, conversar con la pareja, compartir el tiempo en familia, dormir la siesta… cuando de pronto se escuchó a quien era la jefa de área en ese momento, expresar su disgusto porque el descanso para ella significaba “una pérdida de tiempo”. Por supuesto que una eminencia expresando tal categorización nos dejaba al resto en offside, creyendo absolutamente convencidas que desaprovechamos un tiempo precioso que debería ser productivo. En su momento no pudimos reflexionar al respecto, cualquiera que defendiera el tiempo de ocio sería defensora de “la vagancia”, dejando de ser dignas de pertenecer a un equipo donde se debía estar siempre disponible para “ponerse la camiseta” y “atajar los penales”.
Hemos naturalizado tanto estos discursos competitivos en un estructura social con sobreexigencias que dejamos nuestra propia salud en pos de encajar en dichos estándares, y son tantas las veces que escuchamos estás creencias acerca de la “vagancia”, que lo incorporamos como verdades en lugar de entender que se trata de una falta absoluta de conocimiento y respeto sobre nuestro funcionamiento orgánico y psíquico.
Olvidamos y negamos culturalmente la importancia del descanso y del ocio, nuestras mentes necesitan tiempo de sueño, tiempo de felicidad, tiempo de placer y relajación para su buen funcionamiento.
Un cerebro que no ha descansado lo suficiente pierde progresivamente las capacidades cognitivas de atención, toma de decisiones, resolución de problemas cotidianos, etc. pero también afecta su emocionalidad, la falta de sueño puede generar desde mal humor hasta irá, predisponiéndonos a conflictos evitables y la pérdida de las habilidades sociales y afectivas. Finalmente, si se cronifica el cansancio también enfermamos.
Para poder cumplir con nuestras actividades cotidianas con bienestar es fundamental implementar una higiene del sueño. La higiene del sueño consiste en respetar las horas necesarias de sueño para cada etapa de la vida, durante la noche y en caso de poder complementar con una siesta en horarios adecuados cercanos a la mitad de la día para no perjudicar el descanso nocturno. Por supuesto que estos son los parámetros ideales, pero sabemos que son pocos los afortunados que pueden cumplirlos y por otro lado, luchar contra los prejuicios que nos han instalado acerca del descanso.
Las personas que no cumplen con el descanso necesario producen procesos inflamatorios que pueden derivar en enfermedades como la hipertensión, la diabetes, enfermedades reumáticas, cardíacas y neurológicas, ya que se perjudica la autoregulación del organismo y la reproducción celular.
Nuestro organismo se rige por ritmos internos denominados circadianos que se modifican junto a los cambios del ambiente en los periodos diurno y nocturno, así como también adaptándonos en las denominadas estaciones del año. Sin embargo hemos modificado nuestro funcionamiento por las dinámicas sociales, lo que nos significa un esfuerzo extra.
Una persona resolutiva y eficaz no es la que pasa todo el día en la oficina o la que está siempre disponible para las tareas laborales, sino aquella que respeta sus tiempos de descanso y ocio. El sueño es fundamental pero el disfrute también lo es, ya que favorece la producción hormonal que recompone el desgaste por cansancio y estrés cotidiano.
Aunque socio-cultural y económicamente nos quieran imponer jornadas laborales eternas, responsabilidades que nos exceden y ambientes sumamente incómodos, la productividad no vendrá nunca de la mano de la sobreexigencia, sino por el contrario, la productividad y efectividad laboral solo es posible en ambientes saludables. Entonces, las leyes laborales que bregan por la salud de los trabajadores, también son un beneficio para el empleador.
Una persona descansada puede responder mejor a todas las labores obligatorias pero también tiene mayores posibilidades de creatividad, creación, producción y de vinculación, afectando positivamente todos los ámbitos de la vida de la persona en cuestión y por supuesto a todo su entorno.