10 horas de tortura y una vida para sanar las heridas
Emilce está transitando ese camino tratando de curar las lastimaduras físicas, que ocupan el 80 por ciento de su cuerpo, y las otras, las que duelen tanto o más, esas que no se ven pero te cambian para siempre, porque el dolor persistirá ‘toda mi vida’.
No está acostumbrada a cámaras, a micrófonos ni a responder preguntas; sin embrago, esta vez sintió la necesidad de contar su historia, la que está segura ‘muchas mujeres pasan o pasaron lo mismo que yo y no hablan. Yo no hablé a tiempo y estoy postrada en una cama o en una silla, depende como me sienta’, me dice a la vez que trata de ponerse las cremas que le han recetado para las vastas heridas que marcan su fisonomía menuda.
El cuerpo de Emilce Nicole denota furia, ensañamiento, rencor; lo advertí apenas vi las fotos de cada laceración. “Veía que pasaban cosas así, las muertes de mujeres en manos de sus parejas pero nunca pensé que me pase a mí”, reflexiona con lágrimas desordenadas que se deslizan por su rostro las que se van mezclando con parte de su cabello, ese que cae porque no pudo peinar bien; sus brazos solo se alzan hasta un punto.
David su pareja se excedió ‘esta vez’, a lo largo de la charla dejará fluir las ‘otras veces’; lo conoció hace 9 años cuando existían los ‘cybers‘ y él la invitó a su cena de egresados el 13 de diciembre de 2013 -me sorprendió que recuerde la fecha, después pensé en el amor-. Desde esa noche en el que un mundo de ilusiones envuelve a cualquier persona estuvieron juntos, 9 años. El cuento de hadas continuó con el nacimiento de Nahiara, hoy de 7 años y espectadora de las 10 horas de espanto.
La tecnología los flechó y la misma tecnología fue la artífice del horror.
Mientras abría otro pomo de crema, de los más de 10 que había en la mesa de la cocina de la casa de sus padres, recordó que “cuando David vino de trabajar como a las 7 de la tarde, es albañil, vino con un amigo que se estaba quedando con nosotros. Yo estaba en la cocina terminando de lavar, se dio la vuelta y me preguntó la contraseña del celular, me pareció raro porque yo usaba el de él”. Se queda pensativa tratando que las pomadas sean absorbidas por la piel del brazo derecho, a la altura de la muñeca y hasta el codo.
“Me dijo que yo tenía dos cuentas, insistía en que le dé la contraseña. Y no no tenía, además yo lo usaba para vender algunas cosas”, asegura a la vez que cuenta que su hija estaba en uno de los dormitorios de la casa-que tenía dos- una cocina, un living y un baño.
Después de tratarla como quiso, David no reparó dar el primer golpe: una piña en la nariz y un ‘chirlo’ en la cara. “Yo traté de agachar la cabeza pero no pude esquivar y me caí. Me seguía pidiendo la contraseña. Me levanto y apenas me pongo de pie me pega arriba de la nuca con el mango de una pala, de esas de obras”, detalla Emilce cuando pareciera que el dolor vuelve a someterla, se refleja en sus ojos, con una mirada tan profunda como perdida que no permiten detectar el color que tienen, en sus manos temblorosas y en sus muecas, las que puede hacer. Todo eso para afuera. El dolor invisible no se ve.
Nahiara seguía en su cuarto, espiando por una rendija, ella le pidió que no salga y que desde adentro ponga cosas para que su papá no pueda abrir la puerta.
“Me mandó a bañar, hacía frío y él había desconectado el calefón eléctrico. Yo fui para no generar más caos. Parece que había puesto la pava en la hornalla porque entró al baño y me tiró agua hirviendo en el cuerpo”, recuerda como si estuviese insensible a esa situación la que la llevó a revivir el instante en que “calentó el cucharón y me quemó el cuello”.
La enajenamiento de David subía a escalas ulteriores. Emilce logró llegar al otro cuarto, ponerse algo que la cubriera y no le haga doler tanto las heridas, una remera y un short. No le quitaba los pasos de encima ni él ni la solicitud de una contraseña de celular.
“Le decía que no, que no tenía que se fije que es su celular y ahí le dijo al amigo que traiga una maza”, apunta, “Yo estaba mojada todavía y agarró los cables del calefón y empezó a darme electricidad”.
Habían pasado ya 5 horas desde la primera pregunta que generó el inicio del tormento.
Logró llegar a la calle, pudo salirse después de ‘mentirle’ que le daría la custodia de su hija. Llegó a la esquina, creyó que los vigías nocturnos serían una salvación, pero se equivocó. David la siguió para arrastrarla de los pelos hacia la casa mientras ella pedía por favor que llamen a la policía. No solo los golpes sino los malos tratos y destratados escribieron un par de horas más en su historia. La compasión de los vigías hizo que llamaran al 911 y el hombre fuera detenido, quitándole la llave para rescatar a la hijas de ambos.
Tipo 6 de la mañana junto con una vecina fue a la comisaría de su zona y esperaron para que tomen la denuncia, así ensangrentada, quemada, golpeada. Esperó un poco más de una hora como si las heridas, la sangre fueran invisibles. La policía, sin pericias previas, caratuló la denuncia como “lesiones Leves”, además de no haber móviles para acercarla al forense o a un hospital. Entonces llegó hasta un Centro de Atención Primaria de la Salud (CAPS) donde pudieron constatar lo sucedido.
Los médicos especialistas determinaron que las lesiones fueron graves además agregaron ‘tentativa de homicidio’.
“Me siento mas tranquila porque está preso, tiene 90 días por ahora”, dice a la vez que cuenta que parte de la familia de la ex pareja sacó todo de la casa que era de ellos. “No tenemos ropa, ni nuestras cosas, nada” expone pero aclara que está en contactos con profesionales y con una fundación, junto con su hija.
“Estoy en el aire, así me siento, me da mucha impotencia”, reflexiona aunque no deja de sentir culpa, “Me siento culpable por no haber hablado en el momento que debía hacerlo, me he quedado callada” y es que creer que naturalizar y hasta pensar que es merecido es peligroso: “yo veía que me merecía lo que el me hacía cuando me pegaba”, me cuenta un poco más tranquila y con más cremas que antes, “pienso que el mundo se me vino abajo”, lamenta Emilce, que visita a un terapeuta una vez a la semana.
Si algo quiere después de esta experiencia es justicia “para que otras mujeres no terminen como yo”. El razonamiento se complementa con un dato no menor “me di cuenta que también sufrí violencia sexual. Decía que no y lo mismo pasaban cosas”.
“Sepan que: se empieza con un insulto, de un insulto a un grito, de un grito a una patada, de una patada a una puñalada y de una puñalada al cajón”; tan explícita como jamás hubiera pensado.
Después de la pesadilla, Emilce tiene tres objetivos determinantes: resurgir, curar las heridas de su cuerpo de la manera indicada por los especialistas que la asisten física y sicológicamente y Nahiara. “Es un día a la vez, solo hay que querer; siento que es como si renaciera. Tengo la obligación de hacerlo. Me lo debo, se lo debo a mi hija y a todas las mujeres a las que las mataron sus parejas”.
Si estás en una situación parecida o no, algo que te moleste e hiera física o emocionalmente, pedí ayuda. Llamá al 144, simplemente porque el amor jamás debiera doler.