Estipulado por la Organización Mundial de la Salud, el 14 de noviembre se estableció como Día Internacional de la diabetes, para la concientización y prevención de esta enfermedad que padece aproximadamente un 10% de la población mundial.
La diabetes es una enfermedad crónica que se caracteriza por la inestabilidad de los valores esperables de glucosa en sangre debido a una falla en la producción de la insulina en el páncreas, que puede ser parcial o total.
Por otra parte, este año se cumplen 100 años de la creación de la Insulina Análoga -a la Humana- Inyectable, que ha salvado millones de vidas, mejorando además el acontecer de las personas que convivamos con esta patología.

A diferencia de otras enfermedades crónicas, la diabetes requiere de un chequeo diario y constante, por lo que la adherencia al tratamiento es el primer paso hacia la recomposición de la calidad de vida.
Pero claro que cada persona atravesará su propio camino una vez ocurrido lo que se denomina “debut diabético”. Si bien el impacto en la cotidianidad es severo, tratándose de una necesidad frente a riesgos severos inminentes -en la salud y la propia vida-, la mayoría de los pacientes diagnosticados realizan su adaptación de modo certero.
También, habemos quienes nacemos con esta falla orgánica y, por lo tanto, no conocemos otra forma de vida. Sin embargo, a todos -algunos más frecuentemente que otros- nos afecta emocional y psicológicamente.
La homeostasis, en quienes convivimos con la diabetes, es un esfuerzo más que exigente para nuestros organismos. Al peso emocional que conlleva cualquier padecimiento crónico, se le sumará el esfuerzo racional que nos significa tener que aprender a realizarnos glucemias e inyectarnos la medicación; a calcular y equilibrar las dosis de insulina -o hipoglucemiantes orales según el caso-, modificar las cantidades de alimentos junto con las categorías alimenticias, los horarios correspondientes para cada control y todo ello dependiendo de las actividades diarias que realicemos.
Esto, además supone una gran responsabilidad con la que a veces nos cuesta lidiar, sin olvidar, por supuesto, que cualquier desequilibrio glucémico nos generará malestar, requeriremos tiempo para recomponernos y esto puede repetirse varias veces a lo largo de las 24 hs. del día.
Todo lo antes descrito, puede ocurrir en la vida de quienes vivimos con Diabetes y llevarnos a sufrir procesos de Bournout o Síndrome de “Cabeza Quemada”, en referencia a no poder tramitar el estrés crónico que nos genera la patología orgánica y todos sus ingredientes psicosociales, entre ellos la crisis familiar que puede acompañar el diagnóstico y las modificaciones necesarias en el entorno.

La Diabetes no nos da vacaciones, ya que abandonar el tratamiento, como lo he dicho antes, es sumamente riesgoso aunque sea por un día, -no podemos pasar una jornada sin glucemias o inyecciones quienes somos insulinodependientes- por lo que nuestros “permitidos” en la alimentación, serán acompañados seguramente por un refuerzo insulinico.
Además existen mosaicos genéticos en los que se relaciona con otras enfermedades autoinmunes, por lo que los cuidados requieren de la integralidad, a fin de prevenir el desarrollo de ellas: patologías de tiroides, celiaquia, hipertensión, artritis, entre otras.
Actualmente está enfermedad es sumamente conocida y abordada de manera multidisciplinaria, se generan cada año avances científicos de las Insulinas Análogas, actividades físicas aeróbicas especializadas, el perfeccionamiento de los tratamientos para mejorar y facilitarnos el acontecer diario, por ejemplo el denominado Conteo de Carbohidratos, que consta de un cálculo equilibrado entre dosis, alimento y actividad; y finalmente, terapias psico-socio-emocionales, con técnicas para combatir el estrés, ya sean las tradicionales o complementarias como la meditación y mindfullnes