“Sobre la palabra Puta y la condición propiamente femenina (insulto del diputado Espert)”

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Sergio Zabalza*


Días pasados el diputado libertario José Luis Espert sobrepasó todos los límites del pudor cuando –al disertar en un congreso organizado por la Universidad Católica Argentina- insultó a dos mujeres. Se refirió a Florencia Kirchner para decir que era una hija de Puta. La madre de Florencia Kirchner es Cristina Kirchner, o sea. Ahora bien, lo notable es que tal brutal exabrupto fue dicho en el recinto de una institución cuyo rector poco tiempo atrás lanzó unas frases tristemente memorables en el seminario del “Niño por nacer” organizado por la vicepresidenta Victoria Villarruel. En dicha oportunidad Miguel Angel Schiavone consideró como un “fracaso” la incorporación de las mujeres al mundo laboral al tiempo que las responsabilizó por la baja en la tasa de natalidad. No contento con esto agregó que la incorporación de las mujeres al mundo del deporte era un “negocio”. Por supuesto, pocos días después pidió disculpas. Lo cierto es que entre el pronunciamiento del rector de la UCA y los insultos de Espert se ha cerrado el círculo por donde transita la médula del discurso machista.

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Esto es: cuando las mujeres salen del hogar, trabajan, andan por ahí, son autónomas, responsables de sí mismas y asumen un proyecto familiar como algo más de sus vidas soberanas, se transforman en Putas. Es que dar por admitido que una mujer goza más allá de los afanes de la reproducción es aceptar el carácter contingente del vástago engendrado, condición cuyo carácter universal estimula la ilusión que sostiene al in-dividuo que se cree único y dueño de sí mismo: ser la excepción. En efecto, que la vida esté sometida al deseo imprevisible de una mujer es la herida narcisista por excelencia. Por algo el líder del brazo armado de Milei (el Gordo Dan) dice que las mujeres deben quedarse en casa y las parejas deben conformarse entre un hombre y una mujer diez años menor, de forma tal que la autoridad del varón se afirme todo lo posible. Esto es siglo XXI: República Argentina y alrededores.
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Este cruce entre el pensamiento vetusto y recalcitrante del rector y la bestial bravuconada del diputado son partes esenciales del pensamiento –si se puede decir así- libertario. La imprescindible deshumanización que requiere el proyecto tecnológico de los mil millonarios que manipulan el planeta requiere el aplastamiento de la subjetividad femenina cuya índole no se corresponde necesariamente con la anatomía de los cuerpos. (La bisexualidad habita en todo ser hablante, señaló Freud). Y esto es así porque el goce propiamente femenino encarna la Diferencia. Eso que habilita la diversidad, la palabra, el disenso, lo incómodo, la novedad, y el eje por donde lo propiamente humano traza su marca: el deseo. La condición deseante de la madre, entonces, es una realidad intolerable que explica la función de la represión en el aparato psíquico del neurótico.

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De esta forma, el goce de la mujer se torna escandaloso para el macho propietario y para todo hombre o mujer identificado o identificada con el patrón. Quizás por eso, el dueño/macho hace del goce una mercancía cuando le pone un precio al cuerpo de la mujer. En definitiva, se trata de una suerte de condena social: un delirio que, al reducir a la mujer a la mera condición de útero, obtura lo más delicado y singular de nosotros mismos.
Y ya que de una Universidad católica hablamos bien podemos citar la genial pieza teatral Terrenal. En ella Mauricio Kartún se sirve del mito bíblico para ilustrar la impotencia del macho frente a la naturaleza femenina. Dice el Tatita Dios: “Vos le dirás de hacer y ella te dirá de ser y de estar. Le hablarás del individuo y ella del prójimo…