Los balcanes a sangre y fuego (1)

flag of Yugoslavia painted on cracked wall

Introducción

La República Federal Socialista de Yugoslavia (1963-1992) estaba conformada por seis repúblicas: Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia, además de dos provincias autónomas: Kosovo y Voivodina. Estas repúblicas se unificaron para conformar un solo país bajo la dirección de Josip Broz “Tito”, líder que mantuvo unida a la República por décadas. Tito basó su discurso en el supuesto equilibrio interétnico como forma de crear una unidad e identidad yugoslava. En la práctica, implementó un socialismo a su manera con algunas libertades condicionadas lo que le trajo consigo la separación de la Unión Soviética. Como resultado Tito busca la unificación total de los estados yugoslavos, con base en una única ideología y líder. A partir de la ruptura de este con el bloque soviético en 1948, el país adoptó una política de neutralidad y fue uno de los estados fundadores del Movimiento de Países No Alineados.

El primer ministro de Yugoslavia, Josip Broz Tito, se dirige a la sesión de apertura del Tercer Congreso del Frente Popular de Yugoslavia en Belgrado el 9 de abril de 1949. Crédito: Associated Press.

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Esta unión significó una gran diversidad en el país: étnica, religiosa, cultural, así como estabilidad política. El rompimiento con Stalin y la diversidad era bien recibida por la clase gobernante en tanto no pusiera en peligro el poder comunista. Sin embargo, tras la muerte de Tito, en 1980, en los años siguientes, cuando se avecinaba la caída del bloque comunista y la población padecía a causa de las dificultades económicas, surgieron diversos movimientos nacionalistas y separatistas que provocaron la desintegración de Yugoslavia.

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Mayorías étnicas en la Ex Yugoslavia, 1992. Crédito: Elaborado con información de U.S. Central Intelligence Agency

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Esto generó rivalidades y desconfianzas que se infiltraron en el trasfondo político, y que significaron una pugna social sobre el futuro del país; con un resurgimiento paralelo del nacionalismo, las identidades étnicas y sentimientos separatistas complicaron la situación en cada una de las repúblicas. Esto se agravó aún más debido al deficiente desempeño económico del país a finales de los años ochenta, marcado por una severa hiperinflación, importantes deudas externas, desempleo y caídas en el estándar promedio de vida, así como por una considerable diferencia entre el desarrollo económico de las distintas repúblicas,todo acentuado por la falta de cooperación y financiamiento de los entidades internacionales de capital,las que le negaron financiamiento.

Hasta 1980, Yugoslavia mantuvo un distanciamiento con los países del Pacto de Varsovia y criticó las intervenciones soviéticas en Hungría (1956), Checoslovaquia (1968) y Afganistán (1979).

La muerte de Tito en 1980 y el ascenso de los movimientos nacionalistas en las repúblicas constituyentes a finales de los años 1980, llevaron al desencuentro de los múltiples grupos en cada región, hechos que llevarían a un colapso del Estado yugoslavo,  su desintegración y caída final en 1992.

Hasta finales de los 80, Yugoslavia era vista hasta con cierta simpatía desde Occidente. Creadora de la Comunidad de países no alineados, había mantenido por años una independencia del comunismo soviético, que le fue reconocido como un logro por la comunidad internacional. 

Sin embargo, esto no la inmuniza del auge del nacionalismo surgido en Europa Central y Oriental, ya fuera por un socialismo nacional de líderes comunistas que buscaban reinventarse en las urnas o por una derecha nacionalista y religiosa, que pretendía ser reservorio de la identidad nacional. Sin ayuda internacional, ni de la mismísima URSS que había desaparecido, a principios de los noventa, cada uno de los grupos buscaba su independencia y se desató una cruenta guerra entre los grupos étnicos para buscar la supremacía política dentro de los territorios de Yugoslavia.