El Papa, la Catedral y los Billetes: la fe convertida en mercancía

Velas y estampas a la venta en las escalinatas de la catedral. UNAR AGENCY
Buenos Aires, Argentina – 22 abril, 2025:
La imagen del papa Francisco, recientemente fallecido, se ha convertido en emblema y excusa para un nuevo tipo de comercio callejero que florece en las puertas de la Catedral Metropolitana. Allí, donde la devoción se mezcla con el dolor de una ciudad que despide a su figura más emblemática, las veredas se transforman en puestos improvisados de venta. Banderas, estampitas, velas con su rostro, pañuelos blancos con frases de paz, dibujos hechos con tiza a sus pies: todo se vende. Todo se cobra. Todo se transforma en moneda.

En un escenario que recuerda inevitablemente aquel pasaje bíblico en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, los comerciantes aprovechan el flujo incesante de fieles y curiosos para ofrecer sus productos. Y aunque la comparación con los vendedores de tiempos antiguos puede parecer dura, la realidad argentina exige una mirada más compleja.

La necesidad detrás del negocio
No se trata de oportunismo puro ni de cinismo impune. Muchos de quienes venden frente a la catedral no lo harían si tuvieran otra opción. Hay mujeres con sus hijos, artistas urbanos que antes sobrevivían pintando superhéroes o paisajes, ahora dibujando con tiza el rostro del papa en el suelo. Hay jubilados que, con una mesa de plástico y un puñado de rosarios, buscan sumar a su mínima pensión lo que el Estado no garantiza. Hay jóvenes que quedaron fuera del sistema laboral, vendiendo velas con estampitas porque es lo único que pueden hacer sin ser perseguidos.

La muerte del papa se volvió una oportunidad para muchos, sí. Pero más que un negocio, para la mayoría es una tabla de salvación económica en un país sumido en una de sus peores crisis sociales. La frontera entre fe y comercio, entre homenaje y estrategia de supervivencia, se diluye en las escalinatas del templo.
¿Explotación de la fe o expresión popular?
La discusión no es nueva. Cada evento de fuerte carga simbólica genera su mercado paralelo. Ocurrió en el velorio de Diego Maradona, ocurre con cada festividad religiosa, y ahora con el fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio. La diferencia, quizá, es que en este caso el protagonista es el líder de la Iglesia, un hombre que en vida predicó la humildad, el rechazo al lujo, y el valor de los últimos.

Entonces, ¿es contradictorio que su imagen se utilice para hacer dinero? Sí. ¿Es censurable que alguien intente ganarse la vida vendiendo una vela con su cara? Difícil decirlo sin caer en la hipocresía.
Frente a la Catedral, se escucha el murmullo de quienes compran, se santiguan y siguen su camino. Para algunos es una forma de canalizar el dolor. Para otros, una manera de tener “algo” del papa en casa. Y para otros, simplemente una ocasión de venta. En todos los casos, se impone una certeza: la imagen de Francisco ya no pertenece solo a la Iglesia, sino al imaginario popular, al folclore urbano, a la economía informal.
La institucionalidad mira hacia otro lado
La Iglesia, por ahora, guarda silencio. No ha habido pronunciamientos respecto a esta comercialización masiva de artículos religiosos no oficiales. Quizás porque comprende la fragilidad del momento. Quizás porque cualquier intento de prohibición sería visto como una desconexión con la realidad social. O quizás porque, en el fondo, este fenómeno expresa algo mucho más profundo que una simple transacción económica: expresa la relación conflictiva y simbólica entre los argentinos y sus ídolos.

Un país entre el símbolo y la necesidad
En tiempos donde la pobreza supera el 50%, donde el desempleo arrastra a generaciones enteras, no sorprende que las figuras públicas —vivas o muertas— se transformen en bienes de intercambio. La figura del papa, tan amada como utilizada, se vuelve espejo de una Argentina que busca redención en la fe y subsistencia en la calle.

Desde un lugar crítico, sí, pero sin dejar de ver la dignidad que persiste incluso en los gestos más desesperados, vale preguntarse: ¿quiénes somos como sociedad, cuando el legado de un papa termina en una servilleta impresa, pero también en la esperanza de quien la vende para poder comer?
Porque al final, como en los tiempos de Jesús, los mercaderes siguen en las puertas del templo. Pero esta vez, quizás, también sean los leprosos del sistema. Y merecen más compasión que condena.