Divididos: El ojo que mira y celebra.
Por Hugo Bertone.
Tal vez de más este mencionar que Divididos, de menor a mayor, logro posicionarse sobremanera dentro del tope de bandas icónicas de nuestro rock. En todos estos años de gente y situaciones, ese trio siempre bien fundamentado por su guitarra y su bajo, fue llevando a lo largo y ancho de nuestra región toda aquella cadencia de importancia en materia musical, todo ese fuego sagrado siempre buscado por todos aquellos que se definen en el sendero del rock.
Y 35 años no son muchos, un sueño o una ilusión como definía Calderón en sus versos, y todo lo transitado por esta autentica banda forma parte del argot trascendental de un genero que parece que perece, pero vuelve a caminar a través de los diversos Lazaros que lo constituyen.
Estadio Vélez Sarsfield.
Aquel que contuvo las musas sobrehumanas emanadas por una luz llamada Spinetta ya hace algunos años en aquel trascendental encuentro de rock de las bandas eternas. Y la noche, aquella que tantas historias converge, con un clima agradable y la predisposición de un publico de mediana edad, que vuelve una y otra vez a relacionarse con todo aquello mágico y misterioso que la música por elección brinda, comenzaban a llegar al encuentro citado. Gruesas columnas muy bien detalladas y ordenadas aguardaban ansiosamente el momento esperado.
El ingreso al estadio y un lugar abarrotado de gente. Literal. ¿Sonará una banda de rock? ¿Pero no era que ya estaba en decadencia el estilo?
Revive Hugo, revive cada vez que un guiño o un encuentro se concreta…
Una introducción acompañada por un video en una gigantesca pantalla donde se lo observa al maestro de ceremonia Ricardo Mollo ingresar a una gran máquina, encendiendo un poderoso motor. Todo vibra. Es indescriptible la sensación que produce la apertura de un concierto de rock, no existe arte o estilo en la tierra que lo supere, sin eufemismo alguno.
Se abre el espectáculo con “Paisano de Hurlingham” clásico perteneciente a “La era de la Boludez” de 1993. Mano cornuta y brazos eyectados al aire: lo grave del sonido comienza a impactar en aquella glándula que tenemos dormida llamada timo, y nos ingresa al verdadero sentir musical.
Los clásicos inoxidables del grupo se comienzan a suceder. Tres personas sin circo y con mucho pan y alimento musical para compartir se encontraban dispuestos a emitir lo que mejor saben hacer. Un cumpleaños singular debe tener invitados acordes al momento: Así asoma un prócer devocional mas cerca que lejos de la tierra, Gustavo Santaolalla acompañado por el inmenso violinista Javier Casalla acercan el momento de profundidad, “de tierra adentro” del espectáculo. Reflexiono la virtud insondable que tuvo Divididos al ingeniar y entremezclar ritmos y cadencias profundas de nuestra Pachamama con el sonido rock visceral más cercano a la dinámica del Cream de Eric Clapton o de la Jimi Hendrix Experience. Y miles de jóvenes generacionalmente descubrimos a través de los escuderos del estilo, a gigantes como Vilca, como Atahualpa, como Palavecino (ojo, refiero al inmenso Sixto, que no resulto jamas ser oportunista…): Esta “aplanadora” rocanrolera abre un nuevo espacio musical erigiéndose como referencia del “Rock de aca”. Llegan las coplas (viento de Tucumán), el profundo sonido norteño (Guanuqueando, con una particular sección de vientos llamada “Tercer mundo” ) y antes del crescendo musical, de violas al mango y sentido pasional, doy fe y testimonio que observe jóvenes muy jóvenes, tarareando el folclore, nuestra más íntima y próxima raíz cultural en tiempos de ritmos ladinos, apología a lo peor e idiotez extrema.
Una musa aparece con la interpretación del clásico de Pescado rabioso llamado “Despiértate Nena” y “Sisters” esa canción para zaparla por siempre.
Ricardo Mollo, guitarrista de Pergamino, nacido en las lides a través de un grupo experimental llamado MAM (acrónimo de Mente, Alma, Materia), primer guitarra en la leyenda llamada Sumo que desde fines de los 80 camina su propio camino, tipo humilde, antítesis del “Rock Star” con extremos berretines, hace mención de uno de sus mentores, Don Napolitano de la Paternal, y arranca una vehemente versión de “sucio y desprolijo”. El guitarra, que siempre mantuvo una empatia particular agradece al intergeneracional público. ¿El rock familiar? Si…la contracultura que aun sobrevuela al estilo puede darse aquella licencia.
De repente aparece en escena Chizzo, de otra banda fundamental: La Renga. Mollo manifiesta que hacía mucho que La banda no tocaba en Capital y pregunta: “¿Y si tocan ahora?”
La leonera rugió de alegría y emoción, aquella emoción que daba por perdida en un encuentro rock; aquel síntoma que mantuvo viva a mi generación. “el final es en donde partí” clasicazo de los rengos suena en un estadio que aglomeraba y liberaba a los vientos uno de los sentidos trascendentales de la vida: música que sana, libera y hace pensar. Ceder el escenario a un grupo tan importante que no puede tocar en la “ciudad elitista de las luces” por una reglamentación estúpida, discriminativa y soez que impulso un administrador de turno, fue otra señal simbólica de un trio que conserva los valores musicales y humanos en tiempos de chatura moral, cultural y emotiva.
45 mil personas vibraron. El metrónomo del ritmo y la cadencia resulto ser uno de los mas grandes del mundo por tres horas y media que resumían mas de tres décadas de búsqueda, concreción e idea.
Los ojos de Atahualpa observaron a un Catriel pegándole a los parches dejando la vara alta y haciendo honor a grandes del ritmo que pasaron por el grupo como Gustavo Collado o Federico Gil Sola y a uno de los máximos referentes de las cuatro cuerdas en rock como el eterno Diego Arnedo.
Se cierra el festejo a mil con el clásico “El ojo Blindado”. Mollo recorriendo las vallas y saludando como siempre. Y la base sostiene su paso por toda la pasarela sin glamour, y el recuerdo del guitarrista extremo lanzándose a una fosa, regalando puas, a los gritos y feliz, tal vez da paso a los “besos por celular” y las selfies del modernismo líquido, del rocanrol de agua mineral y arroz integral (el colesterol no viene solo…)
Pero el recuerdo de un pasado limite no sobrepasa una madura actualidad que también se acepta y se comprende. Y se disfruta y enorgullece pertenecer de un modo u otro a lo definido como “rock Argentino”.
El ojo ya no está blindado. Una vez más Divididos no aparto, unió a todos aquellos que aun creemos que desde esta música todo se puede vivir y comprender mejor.
Y por los ojos de miles también se “pianto” una lagrima de plena raíz profunda y de grito sagrado.
Por 35 años mas. Larga vida al rock.
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Gustavo Santaolalla