Piden reabrir una causa con sentencia firme

Por Adolfo Ruiz en revista ELSUR

Fue una de las 39 víctimas fatales de la represión del 20 y 21 de diciembre de 2001, cuando cayó De la Rúa.

En 2017 se juzgó y condenó al policía Cánovas Badra, en el marco de un proceso con brutales irregularidades. Una pericia de reconstrucción virtual, usando tecnología que no existía al momento de juzgarse los hechos, demuestra ahora que es imposible que ese policía haya sido el autor de los disparos fatales. Por eso ingresó a la Justicia un pedido para que se reabra la causa.

Un perdigón ingresó por la nuca de David Moreno. Trece años tenía el pibe. Se había acercado, de curioso nomás, como hacen los chicos de esa edad, para ver qué es lo que estaba sucediendo en la puerta del supermercado Minisol, a pocas cuadras de su casa.

Era la Argentina del 20 de diciembre de 2001. Las calles ardían, la sociedad también, mientras Fernando de la Rúa atravesaba sus últimas horas como presidente.

Lo que sucedió luego es parte de nuestra historia sangrienta. Más de 39 muertos en todo el país, fruto de una represión policial a la que le bajaron órdenes de “disparar con plomo”. Tres de esos muertos los aportaría Córdoba.

La investigación judicial comenzó en esa misma jornada, con la entrega del procedimiento. Quien tuvo la tarea de relatar lo sucedido y elaborar a mano alzada un croquis del lugar de los hechos fue un joven oficial de la Patrulla Preventiva Norte de la Policía de Córdoba. Poco tiempo después, ese uniformado sería el primer y único detenido por el crimen. Y 17 años más tarde, la Justicia lo señalaría como responsable de la muerte, sentenciándolo a 12 años y seis meses de prisión.

La condena fue bastante más del doble de lo que el propio fiscal Raúl Garzón le había ofrecido al acusado durante la instrucción, sólo si aceptaba un juicio abreviado, y por ende su culpabilidad. No la aceptó.

Caso cerrado

Nunca a lo largo de todo el proceso y ya con la condena impuesta, Hugo Cánovas Badra, el policía condenado por la muerte de David Moreno, admitiría culpabilidad. Nunca a lo largo de todo el proceso y aún hasta la actualidad, dejó de estudiar cada una de las fojas de la causa que lo tiene preso en Cruz del Eje, buscando demostrar su inocencia.

La sentencia de julio de 2017 de la Cámara Primera del Crimen fue casada ante el Tribunal Superior de Justicia y luego fue en recurso federal a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pero los supremos no quisieron estudiar el expediente y se excusaron con el amañado artículo 280 para declarar inadmisible el recurso. Eso ocurrió el 28 de diciembre de 2021.

¿Caso cerrado? La lógica penal judicial coincidiría en esa respuesta. Pero esa no parece ser la lógica del propio condenado, quien está decidido a seguir peleando por su inocencia. De eso se trata justamente el recurso de revisión que ingresó a la justicia el 31 de agosto de este año.

¿Qué es concretamente un recurso de revisión? Básicamente se trata de una instancia que prevé el Código Procesal Penal de Córdoba para que el Tribunal Superior de Justicia analice el contenido de una sentencia firme. Ello sólo se podría dar en el caso de que “sobrevengan nuevos hechos o elementos de prueba, que solos o unidos a los ya examinados en el proceso, hagan evidente que el hecho no existió o que el condenado no lo cometió” (art. 489).

La historia oficial

Luego del largo proceso que terminó con la condena de Cánovas, la Cámara llegó a la conclusión de que ese oficial había disparado con su escopeta Maverick 12/70 desde una distancia de entre 25 y 30 metros, en forma paralela a la vereda, impactando sobre la nuca de David, quien se encontraba en la esquina. Así fue como quedaron establecidos los hechos por la sentencia.

Para entenderlo más acabadamente, será mejor tomarse unos párrafos para detallar lo sucedido. La historia oficial. Y también lo que asoma como la historia verdadera.

El contexto, como dijimos, eran las protestas previas a la caída de De La Rúa. En diversos puntos de la capital cordobesa se habían congregado grupos de vecinos frente a supermercados, exigiendo el reparto de bolsones. Eran épocas de Estado ausente, de hambre y de saqueos.

Eso pasaba en Villa 9 de Julio, en la zona norte de la ciudad, a pocas cuadras de la avenida Donato Álvarez, que conduce a Villa Allende.

Un grueso cordón policial protegía el Minisol de la calle Piedra Labrada al 8.080. Pero pasadas las horas, comenzó a verse desbordado. Lo que sucedió luego es lo que pasa en muchas de estas ocasiones: tensión, forcejeos, amenazas. Hasta el momento en que un grupo de vecinos comienza a arrojar piedras. Llega la orden de defender posiciones, lo que también implica avanzar. Y para avanzar hay que reprimir.

La lógica, lo esperable, hubiera sido el uso de postas de goma y gases lacrimógenos. Métodos no letales. Pero en las cananas de los uniformados se colaron cartuchos con postas de plomo. Y fueron disparados.

Eso ocurrió a las 17,39 de ese fatídico 20 de diciembre. Tronaron los disparos. Un grupito de vecinos que estaban parados en la esquina es alcanzado por los disparos e intenta escapar.

Corrida, gritos, descontrol. Y entonces cae en seco el cuerpo de David Moreno, el pibito de 13 años que sólo había ido a curiosear.

Había recibido tres disparos de frente: cintura, muslo derecho y hombro. Apenas alcanzó a girar 180 grados sobre su pierna sana, mientras probablemente se miraba las heridas. Pero no logró dar ni un paso porque una nueva ráfaga de postas de plomo lo volvería a atravesar. Una de ellas por el codo. Y finalmente una posta letal le ingresaría de forma perpendicular y ascendente por la nuca.

Ni las manos puso. David cayó de lleno en el piso de tierra, pasando la ochava de la esquina de Piedra Labrada y Tupac Yupanqui. Estaba muerto.

Unos metros más allá también caería una mujer, alcanzada en su rostro y en el glúteo. Y casi en el mismo lugar, un hombre, herido en el centro de la espalda. Y otro más, que se había acercado a socorrer a la mujer. Todos con munición letal.

Los jueces de la Cámara Primera, Susana Cordi Moreno, Carlos Granda Ávalos y Mario Capdevila, concluyeron que esos disparos provinieron del cañón del arma empuñada por Cánovas, apostado sobre la vereda, a 30 metros de distancia, con una fila de camaradas policías por delante de él.

Sus frenéticos disparos, según la sentencia, viajaron paralelos a la acera, esquivaron dos árboles, un arbusto, bordearon un tejido de alambre, y dieron en los cuerpos de los heridos y en el de David. Ni una sola de las municiones supuestamente salidas de su escopeta impactó en ninguno de los obstáculos.

Pero además, las cuatro víctimas cayeron volteando la esquina, es decir, fuera de la línea de la edificación y de la vereda desde la cual -según la Justicia- habrían provenido los disparos.

La física no ofrece demasiadas explicaciones para que esto suceda así, pero eso no fue impedimento para la redacción de la “historia oficial”. Es que tampoco ni una sola de las postas se incrustaría en la edificación de la esquina opuesta, donde deberían haber impactado de haber sido correcta la conclusión.

Para que esto sucediera así, se debe llegar a la afirmación de que todos, absolutamente todos los disparos de Cánovas, impactaron en los cuerpos de los manifestantes. Ni uno solo en árboles o postes. Ni uno solo en la vivienda de la esquina… Misterios de la física.

Una investigación entreverada

Claro que a esa insólita versión de “la física de lo imposible” se le intentaron oponer pruebas y pericias de parte de la defensa. Ninguna de ellas prosperó. Ni en las Fiscalías de instrucción, ni en la Cámara encargada del juzgamiento. Directamente no las aceptaron.

Y si el proceso se extendió por casi 16 años, probablemente haya sido porque desde su inicio la investigación nació amañada.

Nunca se secuestraron las armas utilizadas en el procedimiento. No se recogieron vainas ni postas servidas. No se entregaron constancias de entrega de los cartuchos letales.

No se preservó la vestimenta de David, que a la morgue llegó con sus prendas y su calzado. Nadie sabe adónde fueron a parar ni quién (ni por qué) se las llevó.

Ni si quiera se dejó constancia y mucho menos se tomaron imágenes de la posición en la que quedó tendido el cuerpo, en la esquina de Piedra Labrada y Yupanqui.

Y pese a que el terrible episodio ocurrió en un día hábil, no se convocó a la sección balística de la Policía Judicial.

Todo ello fue planteado a lo largo del proceso. Nada prosperó. Y para peor: tiene el carácter de “cosa juzgada”.

Por eso, la única alternativa para intentar llegar a la verdad real de lo sucedido es mediante una revisión de la sentencia. Y ésa es una llave que sólo está en poder del TSJ, y que la debería hacer girar en el caso de que se presente prueba nueva. Es decir, material surgido después de la condena y que no haya sido puesto a consideración durante el juicio.

Reconstrucción virtual

“Lo central acá es que nunca se utilizó la tecnología con la que ahora lo estamos trabajando. Si la hubieran tenido, otras hubieran sido las conclusiones”. La frase pertenece a Federico Baudino. Baudino es abogado, trabajó en la Justicia y en la Policía Judicial, y en este último organismo fue el creador de la Oficina de Reconstrucción Virtual. Actualmente trabaja como perito de parte, pero mayormente es conferencista y capacitador de forenses.

La tarea de la reconstrucción virtual de los hechos balísticos se basa en el aporte interdisciplinario de la medicina forense, la balística y la criminalística, todo apoyado por tecnología de alta definición, la cual permite reducir enormemente los márgenes de error.

“La reconstrucción virtual es casi un estándar en los hechos en los que es necesario determinar con precisión las ubicaciones de víctima y victimario”, responde a esta revista Baudino, señalando que de hecho “en su momento la Cámara de Acusación sacó un fallo en el que expresamente instaba a los fiscales a trabajar con estas técnicas”.

Una de las herramientas básicas utilizadas es el scanner láser, que permite hacer una recreación perfecta en tres dimensiones de todo el escenario del crimen, tomando todas las medidas a la perfección, con un margen de error de menos de dos milímetros. Un activo que ni de cerca pueden alcanzar las mejores cintas métricas ni los más precisos odómetros.

Precisamente eso es lo que se hizo el 2 de julio de 2020 en aquella esquina fatal. El equipo se constituyó en el lugar para documentarla utilizando el escáner láser y además tomar fotografías aéreas en calidad 4K con un drone VANT. “Mediante el software Photomodeler se realizó un ortomosaico a escala siguiendo la técnica de fotogrametría”, señala el informe, que ya ha sido presentado ante el TSJ.

Luego de tener documentada la escena, lo que se hizo fue trabajar con la documentación sobre la víctima. “El desafío era, a partir de las lesiones y de las trayectorias de los disparos, lograr determinar desde qué lugar y a qué distancia provinieron esos disparos”, señala Baudino.

Aquí viene la labor de la medicina forense y de la balística. Y cuando son trabajadas de forma disciplinaria con la asistencia de tecnología, logran arrojar resultados categóricos que permiten “reconstruir la secuencia fáctica” y “establecer la posición de víctima y victimario en base a la trayectoria balística”, explica el informe.

Para que ello se pueda hacer, se trabaja creando un avatar virtual a escala 1:1. Y se lo coloca en la posición en la que estaba al momento de recibir los primeros disparos.

En el caso de David, se hallaba entre el grupo de vecinos que habían quedado en la esquina, mirando hacia el supermercado y enfrentados al grupo de Infantería que custodiaba.

En esa posición, se trazan las trayectorias de las postas que impactaron en el cuerpo, todas provenientes de un mismo cartucho y de un mismo cañón, y que por el efecto llamado “rosa de dispersión”, se van abriendo en el aire al ser disparadas. La tarea entonces es hacer converger todas esas trayectorias en un punto, como si las balas retrocedieran hasta la escopeta. Eso permite calcular la posición y la distancia.

Y así se llega al primer hallazgo: los tres perdigones que atraviesan el cuerpo de David -aunque sólo lo hieren- convergen a una distancia exacta de 14.911 milímetros. Unos 15 metros. Eso es menos de la mitad de la distancia a la que se encontraba el condenado por este homicidio.

Pero la pericia aporta otro dato determinante: el ángulo del tirador. En este caso, lo sitúa en la vereda de enfrente de donde estaba Cánovas, a un ángulo completamente distinto.

Tomando el dato -basado en testimonios y en pericias- de que David, una vez herido, gira 180 grados sobre su eje e intenta correr en dirección contraria a los policías, se vuelve a hacer el mismo procedimiento de reconstrucción virtual. El mismo avatar a escala real, la trayectoria de las dos postas que le atravesaron el cuerpo, una de ellas de manera fatal por la nuca. Y en base a la trayectoria y el ángulo de las postas, se calcula con exactitud el ángulo, la ubicación, y la distancia desde donde salió el disparo.

Otra vez el resultado es contundente: 14.926 milímetros. Lo suficientemente lejos de la ubicación del hombre señalado como responsable de esa muerte.

En la línea de disparos

La muerte de David fue instantánea. Una pequeña posta de plomo de tan solo 3,785 gramos le atravesó el cerebro por la base del cráneo, causándole el desvanecimiento inmediato. Por eso cayó fulminado. Ni las manos alcanzó a poner, y ésa es la razón por la que presentaba heridas en el rostro.

Se desplomó sobre la vereda de la calle Yupanqui, exactamente a 3,8 metros de la línea de la vereda de Piedra Labrada, es decir, ya girando la esquina, y superando la línea de edificación.

Eso es lo que había quedado reflejado en el plano elaborado el mismo día de la muerte por el perito oficial Mario Nievas. Y el dato era fundamental, porque ubicaba el cuerpo completamente fuera de la línea de disparo de Cánovas y en un ángulo que incluso permitía inferir de dónde habían provenido los plomos fatales.

Pero en 2.008 ocurriría algo insólito. Basándose en un único testimonio y en un croquis a mano alzada, un nuevo perito resuelve “correr” el cuerpo un metro hacia Piedra Labrada. Es decir, lo “trajeron” desde la vuelta de la esquina y lo ubicaron ahora en el centro de la ochava. Ahora sí quedaba dentro de la posible línea de fuego de quien luego sería condenado.

“Que se haya corrido así la posición en un plano es algo que nunca vi en mi carrera”, admite Baudino.

Precisamente sobre esta cuestión va también la defensa de Cánovas en su pedido de revisión, al presentar nuevas evidencias, no sólo de la ubicación final del cuerpo, sino también de su posición. Y entre esas evidencias presentan registros fílmicos de Canal 12 que no dejan dudas sobre el lugar de las manchas de sangre. Es sencillo: si efectivamente David cayó fulminado doblando la esquina, no hay forma que haya sido alcanzado desde la vereda donde estaba quien resultó condenado.

El recurso, en la mesa del TSJ

De aquí en más, la real responsabilidad de llegar a la verdad se halla en manos del Tribunal Superior de Justicia. No corren plazos para esta decisión, pero se debe responder. Es un requisito formal. Y se lo debe hacer de manera fundada; no hay en la Justicia local algo parecido al 280 con el que la Corte se saca de encima los casos que no le interesan.

“En caso de abrirlo, inmediatamente se retorna a la presunción de inocencia”, explica Pablo Olmos, el nuevo abogado de Cánovas, señalando que correspondería el cese de prisión.

Luego las posibilidades son que el TSJ emita una nueva sentencia. O anule lo resuelto por la Cámara Primera y ordene un nuevo juicio, que deberá ser sorteado entre las restantes Cámaras.

Hace once años, Revista El Sur entrevistaba a los padres de David en el mismo lugar de los hechos. Rosa, su mamá, confesaba: “Con el paso de los años una es como que asume la impunidad”. Más cerca en el tiempo, en diciembre de 2019, el propio Hugo Cánovas decía desde su prisión: “Le pido a la familia que me ayude a llevar la causa hasta los verdaderos responsables”.

La Justicia, una vez más, será la que tenga la última palabra

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