“Dije basta cuando una compañera de limpieza pasó a farmacia y después ya intubaba pacientes”
Belén, que no es Belén en su Acta de Nacimiento, vivió dentro de la ‘burbuja’ del Sanatorio Luz Médica, en Tucumán, en el que desde a mediados de agosto las cosas decantaron por su propio peso: litigios, pésima administración, profesionales que no son tales, cero mantenimiento, personal polifuncional sin conocimientos específicos con un resultado abrumador: 6 muertos-hasta hoy- y una decena de enfermos. Si es que son decena o no docenas.
Un viernes por la mañana, llegó temprano, como todos los días, a cumplir su turno. El colectivo la dejaba a una cuadra de Marcos Paz 953. La mochila de siempre, el ambo involuto y las coletas para su cabello eran sus compañeros inseparables; además, de la generosidad y respeto por cada persona que le tocaba asistir, esas también calzaban en su equipaje de trabajo.
Pero ese viernes, con la misma mochila a sus espaldas y la cola de caballo bien tirante, fue distinto a los anteriores: las ganas, las fuerzas que había puesto, la entrega y predisposición no pudieron ser cómplices de una realidad que trató de evitar por años: el desmanejo, la poca importancia por la vida de empleados y pacientes, la falta de recursos y la impotencia de ver, escuchar y no poder hablar.
Las opciones eran… una; sí, una: renunciar. Y así lo hizo.
Y es que ese sanatorio ‘modelo’, por su capacidad, estructura y tecnología, pasó de ser el sueño de un gremio para sus afiliados, el de Luz y Fuerza, a una propiedad privada, tribunales mediante, entre una familia de apellido Luna -¿un clan? todos hijos puesto que el padre (El Capitán como le gustaba que lo nombren) murió por Covid,- y los representantes de trabajadores, los que dicho sea de paso: no tenían el acceso permitido como pacientes, después de ese arrebato.
En el tiempo en que fue personal del Sanatorio Luz Médica, Belén experimentó situaciones de mucho stress, no solo laboral sino el que deviene de amenazas permanentes, el que es desencadenado por desilusiones continuas que llevan a frustraciones casi irreversibles, el que genera tomar la vida y la muerte de la misma manera.
“En plena pandemia de Covid, el sanatorio firmó contrato con el Sistema Público de Salud, el SI.PRO.SA. y el cuarto piso, el último, quedó aislado para el tratamiento y seguimiento de los pacientes afectados”, cuenta sin una mueca en su rostro, la que se va a manifestar desde el horror cuando recuerde cómo trabajaban. “Éramos uno o dos enfermeros y en ese piso y cuando llegaba alguien a la guardia, teníamos la orden de sacarnos los equipos y bajar a atender”, suelta entre dientes.
No desconocía el peligro que esa acción aparejaba pero, “tomábamos los recaudos que podíamos para no trasladar el virus de un lugar a otro ni entre nosotros, nunca tuvimos los elementos necesarios ni de protocolo completos. Sin embargo, los pacientes quedaban desprotegidos y también otros necesitan atención urgente”, relata con mirada perdida y puños tan cerrados que no dan lugar paso de aire alguno.
“En ese entonces teníamos: 1° piso: consultorios, 2°: quirófanos, 3°: pacientes de PAMI o de alguna otra obra social y 4° destinado a Covid. Antes de la Pandemia, siempre había un piso vacío, cerrado”, detalla a la vez que rememora las veces que estuvo sola para ocuparse de tres terapias.
El café humea, no le importa. Su relato tiene que seguir, conlleva un objetivo: contar su verdad, la que calló por miedo represalias de las que ha sido espectadora. “Nos enfermamos varios en pandemia al no contar con todos los equipos de protección personal y en ese momento despidieron a dos enfermeras por que no se dejaron pisar la cabeza, tenían más de 20 años de servicio: Noemí y Fabiana”, especificó con voz atenuada.
Desde mediados de agosto la muerte le refriega en el rostro lo que podría haberse prevenido. Y es que tres de los fallecidos por ese ‘algo’ que causaba neumonía bilateral habían sido compañeros de ella en ese centro de salud.
Tras un suspiro eterno, pasa lista por orden de fallecimientos: Terraza, Pastrana y Robles, tres de los seis muertos hasta ahora por lo que se determinó como la bacteria ‘Legionella Pneumophilia‘. “Hay muchas cosas de trasfondo para poder entender la situación actual”, afirma con un tono letal y… después del segundo suspiro acompañado por el hervor del café negro se decide a enumerar: “nunca el personal de economato o mantenimiento recibió los productos para desinfección, también la gente de mantenimiento en su mayoría no son aptos para hacer esa tarea, de hecho alguien que hace mantenimiento de pronto es camillero. Los tanques no se limpian hace años, ni los aires acondicionados. Hay pisos con habitaciones cerradas hace años, cada una con su baño privado y están cerradas con llave”, revela.
“Tuvieron que enfermarse y morir para que hagan lo que siempre debieron”, se queja a la vez que refunfuña que quienes estuvieron con síntomas fueron negados a realizarse un estudio. “A muchos de ellos no les permitieron hacer la tomografía ahí, tuvieron que ir a otro lugar”, recordando que la cifra de personas con síntomas por la afección -fiebre, mialgia, dolor abdominal, disnea- superaban la docena; “algunos están siendo controlados desde la casa, a otros los han hecho volver por falta de personal, y están los que obligaron a presentar certificados médicos por diarrea, cuando no era eso”.
Aunque parezca demasiado, el listado de inconcebibles dentro de una comunidad que brinda servicios de salud, en teoría, es mucho más extenso. “Hay médicos que no son médicos en ese sanatorio, están en los últimos años, sí, como uno de los fallecidos, Robles, gran persona, pero aún no diplomado. ¿Entonces atendían cómo médicos?, pregunté, me miró con los ojos lagrimosos y me dijo “Sí y sellaban sus consultas con el sello de un doctor”.
El patrón se repetía con la parte de enfermería, un licenciado, también a cargo y también fallecido y varios aspirantes a serlo: “las coordinadoras no tienen matrículas habilitantes; una de ellas no terminó el secundario y realiza funciones de enfermería, hasta intuban pacientes. No pasan la medicación que deberían”, largó tan fuerte como su bocanada de aire para recordar que: “hay medicamentos vencidos en carro de paro de la UTI 1, o había, pero los vi”.
“Vos sabés que el el último tiempo que estuve allí la mayoría de los pacientes morían por Irab (Infecciones Respiratorias Agudas Bajas)”, recordó.
El Sanatorio Luz Médica recibía, hasta su clausura preventiva por el brote de neumonías bilaterales, la mayor cantidad de pacientes per capita de PAMI. Un dato no menor, puesto que no son muchos los centros privados de salud convenidos con la obra social que da cobertura a los adultos mayores en el país.
A pesar de no estar físicamente, Belén ha decido acompañar a quienes formaron y, en algunos casos, forman parte de la familia de Luz Médica y se interioriza de cada caso y de como puede ayudar, tal y como lo hizo con pacientes externos cuando tuvo que colaborar desde su bolsillo comprando algunos insumos.
“Hay personas que son muy valiosas, que tienen una familia por detrás y que están con fallas renales, asistencias respiratorias mecánicas, amigos a los que se les complejizan los cuadros, con requerimientos inotrópicos”, enfatiza sobre quienes debieron ser trasladados a otros nosocomios y que involucró un gran despliegue del Sistema de Salud de la Provincia de Tucumán. Al tiempo que insiste en que los afectados son más que los que son anunciados: “trabajan como 180 personas ahí”, cuantifica.
Belén solo cree en la Justicia Divina, “de otra manera el director médico, el Dr. Lembo, no confiaría la vida de los pacientes a personas que están cursando sus estudios. Trataría a los empleados como se debe con los aportes, con obra social, proveyéndoles de insumos para ellos y los pacientes y manteniendo las instalaciones como tendría que ser un lugar aséptico”.
Con la cara desencajada y la taza de café a la que solo le falta un sorbo, siente que no puede pensar en otras cosa que no sea un gran entramado, ocultamientos y pocas culpas de los responsables.
Su historia no termina ahí, comenzó el peregrinar por parcelas, tumbas y velorios. Ya son seis los fallecidos: tres empleados del Sanatorio y tres pacientes de 64, 70 y 80 años, este último fallecido el sábado 4 de agosto, poco después de las 22.
“Dije basta cuando una compañera de limpieza pasó a farmacia y después ya intubaba pacientes, ese fue mi límite. Irresponsabilidad y negligencia absolutamente por parte del dueño y de los directores, teniendo en cuenta que no tan solo está bajo su responsabilidad la vida de los pacientes sino también del personal porque sin nosotros no sería posible salvar una vida”; me miró y supe que la charla había concluido.
Tomó su mochila, esta vez tenía el pelo suelto, no muy largo, un jean y un buzo era suficiente para la ocasión, si tenía maquillaje se le fue con el correr de l tiempo-que no se detiene ni perdona-; se levantó de la silla que nos guareció durante un par de horas, caminó hacia mi izquierda y se perdió entre los árboles se setiembre. Qué me dejó: mil y una dudas.
Traté de comunicarme con el Dr. Alejandro Lembo, le escribí, no obtuve respuesta.
Me quedé con muchas preguntas: el clan Luna, padre e hijos, las acciones/inacciones, los manejos/desmanejos, los aptos/inaptos, los profesionales que no son tales, el mantenimiento de las instalaciones. La vida vs. la muerte y cuál escoge un profesional de la salud que fue subdirector de unos de los hospitales cabecera de San Miguel de Tucumán como el Hospital Ángel C. Padilla.
Me quedé con la intención de la palabra oficial. Entonces recordé su frase en una conferencia de prensa, de esas de las primeras cuando se habla antes de tiempo: “Se ha generado una paranoia que nada tiene que ver con la situación actual”. ¿Seguirá pensando lo mismo?
(Foto: DreamsTeam – imagen ilustrativa)