Descubrimiento y conquista : el rol de la mujer

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La historiografía tradicional cuando habla de América toma dos palabras claves: 

Descubrimiento y Conquista:. Ambas nos llevan, irremediablemente, a una visión euro y etnocéntrica. La palabra “Descubrimiento” denota que América no existe sin la presencia española. Por otro lado, “Conquista”, según la acepción del diccionario es: “obtener por las fuerzas de las armas (un territorio, una población o una posición)”. Ambos vocablos llevan a la idea de sometimiento, ya desde la terminología nos encontramos frente a la dominación.

Nos vamos a referir al plano de la Conquista como momento histórico realizado en nuestro continente

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En 1492, la lucha de la Reconquista de España termina y América se “descubre a los ojos europeos”.Según la bibliografía tradicional, el Hombre del Descubrimiento y de la Conquista, trae la tradición occidental con ocho siglos de lucha contra la invasión mora. Está acostumbrado a re-conquistar su territorio por medio de la lucha y de la conversión religiosa a través de la fuerza, la dominación y la violencia. “Espíritu de cruzada”. El conquistador IMPONE su cultura. Esta concepción re-vive el espíritu de cruzada, su visión tradicional cristiana, verdadera.

Esta explicación que nos da la historiografía tradicional, hoy nos es insuficiente. 

¿Qué tipo de conquista fue la que se llevó a cabo?

En términos de femenino y masculino, América fue violada. En términos económicos Europa se apropia de América a través del saqueo, del pillaje, del bandidaje y llegan a disfrazar bajo el término de “Conquista Espiritual” la imposición de una nueva religión: la cristiana.

En cuanto a la mujer, nos interesa referirnos tanto a las americanas como a las europeas. Al consultar las fuentes primarias y la bibliografía más cercana, encontramos no solo la visión euro céntrica –referida anteriormente- sino también la legitimación del rol dominante del hombre. Alberto Salas en su artículo “El mestizaje en la Conquista de América”, nos dice:

“…con algunas excepciones, esta mujer indígena es un ser anónimo, sometido al dominio viril, situación que no podemos comparar con la que tenía la mujer en el continente europeo, tal como lo manifiestan la literatura y la historia de los siglos XV y XVI, cuando ya se plasma la mujer bachillera, que reclama la igualdad con el hombre. Es una mujer con multitud de perfiles, de influencia poderosa y frecuentemente subrepticia en las decisiones del hombre”

El autor nos deja entrever su postura legitimadora de la Conquista, ya que nos muestra a la mujer española como alguien que discute y reclama su igualdad con el hombre.

Desde nuestra visión esto no es posible, porque ella de acuerdo a la costumbres de la época es, en tanto un hombre, justifica su lugar en el mundo a partir del matrimonio y la maternidad. Es más, no decide con quien casarse. El matrimonio nacía del egoísmo e interés de su padre, era un convenio social: hay dos partes que se ponen de acuerdo, pero el objeto (mujer) no posee ni voz, ni voto. La concepción del amor marital no existía.

En cambio, la mujer indígena no está sometida al dominio del varón, es una mujer dueña de su cuerpo, que disfruta de su sexualidad, tal como lo demuestran las crónicas de la época, que pese a la mirada masculina dejan entrever esa libertad. La mujer indígena es un ser anónimo, ahora bien, ¿quién es el que la pone en el anonimato? ¿Quién tiene la posibilidad de trascender por medio de la escritura? Es más que evidente que es el hombre conquistador o bien los mestizos hijos de los conquistadores. Ellos desdibujaron su presencia. Sin embargo, vemos claramente que la mujer está presente. Depende del punto de vista desde donde se aborde el tema. Salas, evidentemente, nos habla desde su mirada masculina. La mentalidad dominadora deja entrever la tradicional visión de la “civilización versus barbarie”.

Los móviles que impulsan a los hombres a venir a América quedan claros, pero ¿cuáles son los motivos de las mujeres para transladarse?.Sabemos que para la mujer casada las normas matrimoniales explicitan su obligación de seguir al marido. Una vez en América la mujer como plantea Salas:

“…en oposición a la conducta del hombre, que en Indias abandona muchas inhibiciones y se olvida de la mujer e hijos que dejó en España, la mujer española actuó en el sentido absolutamente inverso. Voluntariamente no se mezcló con el indio porque ello suponía su desprestigio social y el desprestigio de sus hijos, que saltaban hacia atrás en la escala de valores de aquella sociedad naciente”. 

Es posible que hayan existido relaciones voluntarias y hasta algunos matrimonios, pero resulta evidente que el mestizaje lo realizó el varón español, como gesto voluntario. Si la mujer española participó en esta mezcla de razas fue de manera involuntaria, forzada, como la presa apetecida de las indiadas que asolaron las ciudades.. En el espacio Americano, ante las contingencias de la geografía, del clima y el entorno las mujeres que vienen se transforman en el símbolo del valor y el heroísmo. Algunas toman las responsabilidades masculinas, continuando el proyecto del hombre ausente.

Las crónicas nos permiten inferir qué puede pensar la mujer indígena ante la llegada del español. En principio esta mujer se encuentra con un hombre de un color diferente, barbado, con peto reluciente y con “olor a cristiano viejo” y cuya piel, como dice Salas: “picante como el gusto del nuevo alcohol que trajo el europeo”.. Esto puede producir dos reacciones: la aceptación o el rechazo. Como ya explicitamos antes, la mujer indígena proviene de otras tradiciones culturales lo que determina una conducta sexual distinta, esta diferente concepción fue mal interpretada por el conquistador que la ve como “ramera”. Para la visión del español el sexo no se relaciona con el placer, sino con el deber conyugal (debitum), sólo se permite el goce en el prostíbulo y como descarga: el hombre va a desahogarse.

A los ojos del Conquistador las trasgresoras en lo sexual son las indias, pero en cuanto a las normas sociales son las europeas.

“…parece que la actuación de las mujeres del primer asentamiento urbano, en el margen occidental del Plata, se caracterizó por el compañerismo y el apoyo incondicional hacia los desfallecientes marineros desnutridos (…) demostraron un gran temple de ánimo ante la adversidad (…) las que estaban amamantando hicieron que sus niños compartieran con los hombres más debilitados la poca leche que surgía de sus magros senos…” (Díaz: 46)

Esto es parte de la realidad de la Primera fundación de Buenos Aires, pero este comportamiento de las mujeres no responde a ningún canon de la sociedad del momento. Las que vinieron, así como ya hemos visto en el caso de la Adelantada, fueron mujeres que se animaron a todo, quebraron las reglas y utilizaron el sentido común.

Como por ejemplo el caso de La Maldonada quien ante la hambruna, abandona el asentamiento y va en busca de comida a las tolderías. Trasciende los bordes, el límite, la frontera, queda del “otro lado” de la “vida”, afuera. Lo que la rige es su sentido común que no muchos de sus compatriotas tenían. Aferrados de manera obsecuente a sus principios ni siquiera pudieron pensar en otra posibilidad y “prefirieron morirse” de hambre o comerse entre ellos, antes que traspasar el límite. La Maldonada es uno de los ejemplos de supervivencia y de criterio independiente,

Dentro de este prototipo de mujer podemos encontrar, también, a Isabel de Guevara, quien en carta a la Princesa Doña Juana:

“… vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, ansí en lavarles las ropas, como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, a limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas y cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra hasta acometer a poner fuego en los versos y a levantar los soldados los que estaban para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados. Porque en este tiempo –como las mujeres nos sustentamos con poca comida- no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres”… (Busaniche: 40)

Bajo este marco cabe preguntarse, qué rol le pertenecía a la mujer. La respuesta es más que evidente, no podía ser la de la visión tradicional. Sumó a su rol de madre y esposa una nueva manera de apropiarse de ese mundo, deviniendo mujer moderna que lucha y construye a la par del hombre. Pudo adaptarse a la realidad y necesidades de su época, ella fue quien luchó y trabajó para la creación de un “nuevo mundo”. La indígena pudo mezclarse y dar un nuevo tipo de hombre: el mestizo. 

Pudo aportar su libertad corporal y sexual; la española luchó, soportó, cambió sus costumbres, peleó con y sobre el hombre. Pero ambas pagaron un alto precio, fueron castigadas, rebajadas y denigradas.

La indígena perdió gran parte de sus derechos, pero las valientes españolas tampoco ganaron ningún terreno. Como documento de la injusticia y discriminación de las que fueron víctimas tenemos la carta de Isabel de Guevara, anteriormente citada, donde al final manifiesta:

“… he querido escribir esto y traer a la memoria V.A. para hacerle saber la ingratitud que conmigo se ha usado en esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte, de lo que hay en ella, ansí de los antiguos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria, y me dejaron de fuera sin me dar indios ni ningún género de servicios…” (Busaniche: 41,42)

Las mujeres bravías de la Conquista, con historias trasgresoras de trabajos y luchas, quedaron como un recuerdo. Blancas o indígenas retomaban el lugar dependiente y relegado con sumisión a las reglas dominantes. El olvido era necesario para consolidar el nuevo orden, ya que no se necesitaban ejemplos de independencia o bravura. No se las toma como ejemplo de modelo femenino. La mentalidad hegemónica intentó seguir manteniendo hasta tal punto su dominio, que invalidó su presencia y protagonismo. Incorporar “la parte invisible” seguramente cambiaría nuestra propia historia.

¿Eran sumisas estas mujeres? Evidentemente no. Fueron las que, trasgredieron para construir y consolidar una nueva identidad.

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