El cacique Juan Calfucurá reclama su lugar en la historia

Los cajeros automáticos no dan a basto, las billeteras no se llegan a cerrar, cada vez que cobramos la imagen de un montón de billetes apilados nos recrea la fantasía de tener mucho dinero, pero no es así. La constante devaluación del peso ha hecho que no nos alcancen los bolsillos, ni las manos para comprar simplemente una alfajor o pagar una entrada a un cine. La economía necesita de una auxilio y este es la creación de nuevos billetes para aliviar el peso de papel que trasportamos. La idea esta en la mente del ministerio de economía, y ya se estan postulando próceres, deportistas, médicos, actores, escritores, premios nobel y demás celebridades para ser la imagen de los mismos. Nosotros tenemos nuestro propio candidato: El cacique Juan Calfucurá

Juan Calfucurá fue el más poderoso y temido cacique araucano de las pampas del sur y del oeste en tierras americanas, cuando las fronteras eran sólo endebles pactos momentáneos entre tribus o ejércitos. Fue responsable de casi todos los malones que hostigaron a la provincia de Buenos Aires a mediados del siglo XIX, en 1837. Nació en Llailma, Chile y perteneció al grupo pehuenche (su nombre deriva de los términos indios callvu, que significa azul y curá, piedra). Emigró hacia el territorio argentino para establecer la dinastía de la tribu de la Piedra y dirigió una república casi independiente conocida como la Confederación de Salinas Grandes, cerca de Epecuén, Neuquen. Casi logra su sueño, pero en frente siempre estuvo el conquistador sediento de consolidar el suyo propio.

La historia la escriben los que ganan y eso también les da derecho a ser próceres y figurar en los billetes de la moneda de curso legal. Toda referencia histórica, ya sea hechos, imágenes o lugares, son hitos donde se construye el inconsciente colectivo que intenta integrarnos como nación. Es por eso que si la conquista española hubiera fracasado, la población habría sido descendiente directa de la misma mezcla (aborigen e indoeuropeo), y los caciques de las tribus que habitaban esta tierra desde Calfucurá hasta Catriel, hubieran tenido su derecho ganado a figurar en los billetes de 50,100, 200, 500, 1.000 pesos y hasta de los nuevos de 5.000.

La magia del Gran Jefe

El 8 de septiembre de 1835 con un grupo de doscientos guerreros Calfucurá aplastó sin contemplaciones a los caciques voroganos (de Voroa), que habían llegado a un entendimiento con el gobierno de Buenos Aires y dominaban una parte de la pampa. Estos se encontraron con la fuerza y la decisión de Calfulcurá, quien al frente de su ejército los desalojó fácilmente. Así se impuso en un vasto territorio y comenzó a pergeñar un visionario plan político y estratégico. La creación de una posible nación indígena. Su método radicó en el dominio, por la fuerza o por la persuasión, de los caciques que gobernaban la infinidad de tribus -dispersas y de menor poder-, que habitaban los territorios que a Calfulcurá le apetecían.

Un Gengis Kan pampeano.

Logró establecer una especie de capital y un gobierno en Salinas Grandes, lugar de gran valor económico y estratégico, porque significaba el control de la extracción y el comercio de la sal, elemento vital para el procesamiento de los cueros y la carne. De otra manera hubiera sido imposible su traslado y almacenamiento por la degradación.

Aprendió como pudo el castellano y así pudo establecer correspondencia con los líderes de todas las facciones, con las que combatió y pactó. Creó su propio sello, que usaba en su correspondencia y documentos oficiales. A través de maniobras diplomáticas astutas, combinadas con acciones militares de gran audacia y eficiencia, derrotó varias veces a las unidades del ejército, sacando una inteligente ventaja en sus alianzas pendulares, a veces a con unos, a veces a otros.

Tuvo una mano implacable a la hora de tomarse venganza y de saquear, producto de las conductas históricamente aceptadas en la época, y fue su forma de imponer el miedo para constituirse en un enemigo a no subestimar. Al prestigio militar que acumuló, se sumó su habilidad diplomática. Pronto surgió entre los mapuches de ambos lados de la Cordillera la leyenda de que tenía poderes mágicos.

Calfucurá era percibido como un dios. Durante los malones, cuando se veía en peligro, pedía una lluvia o un viento que levantara las piedras. La naturaleza parecía estar de su lado, y los enemigos debían retirarse ante el deseo cumplido y las condiciones adversas para el combate. Por un tiempo, Rosas compró la paz mediante un trato y un pago, pero en 1847 Calfucurá se volvió contra él y atacó Bahía Blanca y otras ciudades fronterizas.

Con Urquiza, contra Rosas

Se unió a Justo José de Urquiza en su lucha contra Juan Manuel de Rosas, luchando del lado de la Confederación Argentina que este presidia (llegó a tener una relación personal con el primero), durante el período en el cual Buenos Aires se separó del resto de las provincias. Calfucurá mantuvo a la primera en un constante asedio, incursionando con sus malones. Su peor ataque fue el realizado contra la ciudad de Azul en 1855.

Finalmente fue derrotado en la batalla de Pichi Carhué, el 8 de marzo de 1872 por el general Rivas al frente de una fuerza de 655 soldados del Ejército y 1.000 lanceros de las tribus de Catriel y Coliqueo, quienes libraron contra Calfucurá la batalla final. En este enfrentamiento, solamente participaron los indios de ambos bandos. Calfucurá fue derrotado por última vez y su ejército sufrió alrededor de doscientas bajas.

El terror indio de las pampas murió en el año siguiente, el 3 de junio de 1873, en su propio toldo en Chilihué, cerca de General Acha en La Pampa. En el apogeo de su poder, había llegado a comandar 3.000 guerreros y había sido el jefe de 20.000 indios. Casi logra esa idea firme de una nación indígena, casi logra su derecho a figurar en los billetes. Su hijo Manuel Namuncurá, ahijado de Urquiza, se convirtió en el nuevo y último líder indígena… Pero el sueño ya se había esfumado para siempre.

Deja un comentario